Uno de los sabores que más rápido me transportan a mi niñez, es el del dulce de leche. Mi abuela hacía el mejor de todos, a mano, a punta de paleta, en una ollita verde y después lo vaciaba sobre una tabla para que se enfriara, mientras yo con impaciencia le preguntaba más o menos cada 30 segundos si ya podíamos comérnoslo.
Mi mamá hizo siempre una versión mucho más sencilla y práctica, pero no por ello menos rica: las papitas de leche. Por eso cuando la llamé para que me dijera cómo las hacía, se puso muy contenta. Porque a uno siempre lo hace feliz saber que algo que uno hizo hace mucho tiempo quedó en la memoria de alguien más y va a volver a hacerse.
La idea me vino por el título de un cuento: “Una papa en bicicleta”. Lo leía la maestra de mi hija a la clase, porque esa semana hablaban de las papas.
Mi hija acaba de terminar su primer año en la escuela. La maternelle, el equivalente a nuestro peparatorio, es el año en el que los niños entran formalmente en el sistema escolar. Durante este primer año, los pequeños van a conocer su escuela y, ojalá, a enamorarse de ella.
Como parte de ese proceso, la maestra de mi hija, una québecoise sonriente y súper entregada a su oficio, organizó la semana del enfant vedette. Durante una semana, cada alumno era el protagonista de la clase. Tenía que hablar de sí mismo: de su familia, sus gustos, sus aversiones, sus aspiraciones. Cada niño debía llenar un cuestionario, con la ayuda de sus padres, en el que presentaba al resto de la clase los datos esenciales sobre sí mismo. El niño podía también proponer alguna actividad para presentar al resto de la clase.
Cuando llegó nuestro turno, le propuse a mi hija ir a leer una historia en español a sus compañeros (todos francófonos, algunos de ellos bilingües en inglés). A ella le entusiasmó la idea, pero me pidió que les llevara una historia que todos conocieran. Como esa misma semana era la semana de la papa decidimos traducir al español Une patate à velo (Una papa en bicicleta), de la autora montrealesa Elise Gravel, una de nuestras favoritas en casa. Y entonces se me prendió el bombillito: ¡qué mejor manera de acompañar a esa papa en bicicleta que con unas papitas de leche! Sí, seguramente fue una excusa para volver a comerlas, porque hacía siglos que no mordía una. Pero admitamos que me quedó buena.
Llegó la hora de la presentación y mi hija le contó a su clase que ella y su familia vienen de Venezuela. Les mostró la bandera, les explicó que en ese país se habla español y es verano todo el año. Y leímos juntos “Una papa en bicicleta”, un libro lleno de situaciones absurdas que a hace reír a carcajadas a los niñitos, y que entre otras cosas, dice éstas:
- ¿Puede una zanahoria darse un baño en la bañera?
- ¡Claro que no! ¡Eso no se puede!
- ¿Puede una papa andar en bicicleta?
- ¡Claro que no! ¡Eso no se puede!
Después de la lectura, los chiquitos, muy contentos porque sabían decir “eso no se puede” en español, adivinaron que habíamos llevado algo de comer (los envases plásticos nos delataban) y empezaron a preguntar qué era. Entonces les conté que en Venezuela comemos papitas de leche, que no son papas de verdad, sino dulces de leche disfrazados de papa y los invité a probarlas.
El éxito fue rotundo. No quedó ni una papita para volver a casa en bicicleta.
Quedaron en cambio nuevas memorias asociadas al gusto y la textura de ese dulce que me es tan querido. Como ese momento en el que niños, maestra y auxiliar de clase canadienses, que nunca lo habían probado, masticaban y cerraban los ojos maravillados con su sabor y lo único que se oía era “mmmm”, una expresión que se dice igual en todos los idiomas. O como ese otro, días después de la presentación, cuando los padres que me encontraba a la salida de la escuela me preguntaban qué era esas “papas dulces” que sus hijos habían comido en clase, y de las que les habían contado entusiasmados.
Cuando pasas a la generación que te sigue un sabor que se vino contigo desde tan lejos, no puedes sino sentir que algo, al menos hoy, estás haciendo bien.
Les dejo la receta de mi mamá y el deseo de que nuestras queridas papitas de leche sigan rodando, con o sin bicicleta, de generación en generación y alrededor de todo el planeta.
Papitas de leche
Ingredientes
1 lata de leche condensdada
2 tazas de leche en polvo
1 y ½ tazas de azúcar pulverizada
¼ cucharadita de vainilla
Canela en polvo, clavos de olor, pepitas de colores o de chocolate para decorar.
Preparación
En un bol, mezclar la leche en polvo, la leche condensada y la vainilla, con la ayuda de una cuchara de goma o silicón. Cuando la mezcla esté homogénea, añadir, poco a poco, tres cuartas partes del azúcar pulverizada.
Amasar con las manos y dar forma a las papitas, haciendo pequeñas bolitas. Aquí nos ayudamos con el resto del azúcar pulverizada (se puede añadir una cucharada de maicina, si es necesario, en este paso).
Una vez listas las bolitas, se pasan por canela en polvo para dar el efecto de tierra de las papitas (se les puede abrir unos huequitos con un palillo para que se vean más realistas).
También se pueden decorar con pepitas de colores, pepitas de chocolate, cacao en polvo o un clavito de olor (no es el favorito de los niños, pero es la presentación más tradicional de este dulce).
Si se van a servir en una fiesta, es recomendable poner cada papita sobre un mini capacillo.
Se conservan bien en un recipiente de plástico hermético.
Advertencia: nunca dejarlas cerca de una bicicleta. A lo mejor les provoca escaparse.
Otras ricas historias y recetas de Cynthia Rodríguez, aquí.
Comentar