¿Alguna vez has hecho una receta dulce y te ha salido desastrosamente mal? A mí me ha pasado. Por eso quiero ofrecerte hoy algunos tips para no solo salvar un postre, sino tu dignidad

Cámbiale el nombre


Si no te salió lo que tú querías, la gente no tiene por qué saberlo. Puedes hacerte pasar por una artista innovadora de la repostería molecular. Una vez hice unos brownies que me quedaron horrendos porque estaba empeñada en que estaban crudos y resultó que sí estaban listos, pero los pasé de horno por maniática. El punto fue que aquello me quedó como una goma tiesa que de brownie no tenía nada, así que cuando me preguntaron qué preparé, dije que era chicle de brownie.

Inventa un procedimiento


Nadie me creyó que mi brownie era un chicle de brownie hasta que lo probaron y casi se les cayó una muela. Pero ahí es cuando tú pones una cara muy profesional y dices: “la receta del chicle de brownie lleva goma arábiga; la tienes que ir agregando después de la clara de huevo y del chocolate temperado en un hilo muy finito a temperatura ambiente y mezclarla de forma envolvente con una paleta de madera previamente enfriada, pero dentro de un bol de metal tibio porque si no se te corta. Eso es muuuuy importante porque si no, no te agarra. Después pones la mezcla en baño de María y sigues batiendo hasta que haga espirales duritos en punto de cruz…” y por ahí te vas. Lo que te dicte tu creatividad. Los dejarás locos.

Deconstruye y vencerás


Si la torta se te infló en el horno y se te esfloretó por arriba, córtala por la mitad. Lo de arriba va para el medio y lo de abajo va para arriba. Le haces un friso decorativo de arequipe con una manga, unas fruticas en almíbar bien escurridas y listo. Quedaste como Paulina Abascal. Si era un ponqué que se te desbarató completo, conviértelo en un tres leches. Si era un cheesecake y la masa quebrada se te quebró de verdad, ahora es un “crumble” de cheesecake. Si las galletas se te pegaron de la bandeja y no te quedó ni una entera, espachúrralas y mézclalas con helado. No ha pasado nada.

Échale merengue


No importa que tan fea te haya quedado una torta o si se te volvió leña cuando la estabas desmoldando. El merengue es como el mastique: tapa todo. Tú se lo empatucas alrededor de la manera más artística posible, con forma de rositas coquetas, y si ni aun así queda bien cubierto el desastre, apaga la luz y prendes unas velas decorativas antes de servirlo. Dices que a ti te gusta comer postre así porque es más acogedor y además leíste en una revista que “así se aprecian más los sabores”. Si la torta se la hiciste a tu mamá o a tus tías, escóndeles los lentes para que no se den cuenta de que te quedó choretica, porque el cariño es lo cuenta.

Unicornízalo


Si nada de esto te funcionó y tu postre se sigue viendo mal, es momento de llegar a medidas extremas. Agarras un frasco de vidrio y allí sirves una bola de helado, torta maltrecha, sirope de fresa, crema batida y luego el truco es echarle color: compras un frasquito de chispitas, de dandies o de marshmellows de colores y le echas todo eso junto de la manera más burrera y gordita posible. Al que te pregunte, le dices que es un postre de unicornio que viste en Instagram (porque tú eres así de trendy) y se acabó.

Y colorín colorado, sabrosito habrás dulceado.

 

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