¿Te atreverías a comerte hoy un postre que fue preparado hace siete años? Eso fue precisamente lo que hicieron hace unos días los invitados a la recepción del bautizo del príncipe Louis, el menor de los tres hijos de los duques de Cambridge. La torta que sirvieron en el banquete fue literalmente la misma que se sirvió con motivo de la boda real de sus papás –William de Gales y Kate Middleton–, celebrada el 29 de abril de 2011.

Según los historiadores contemporáneos, esta extraña costumbre de comer “torta vieja” no es muy nueva entre la realeza británica. En ella es tradición que, del pastel de bodas de una pareja, se reserve una porción para ser ofrecida a futuro en el bautizo de su primogénito. De allí que estas tortas se diseñen con varios pisos que cumplirán distintos propósitos: el nivel inferior y más grande es el que se sirve en la fiesta nupcial y los pisos intermedios se cortan y se ofrecen a los invitados (o también se envían como regalo a quienes no pudieron asistir) como un recuerdo para llevar que se presenta en latas conmemorativas, con detalles como el nombre de los novios, fecha de la boda, etc. Son los pisos más pequeños los que se almacenan para el ágape de bautizo del primer hijo. Quien dio pie a esta costumbre fue la reina Isabel II, quien antes de ascender al trono, se casó en 1947 con el príncipe Felipe de Edimburgo y tuvo un nada modesto pastel de frutas de cuatro pisos y 226 kilos, con ingredientes llegados de todos los rincones del Imperio Británico.

En el caso que nos ocupa, la torta de los duques de Cambridge alcanzó no solo para el banquete bautismal del príncipe George en 2013, sino que también se ofreció en el de la princesa Charlotte en 2015 y ahora en el de Louis. Según el sitio web de la familia real británica, esta fue diseñada por Fiona Cairns y estuvo compuesta por 17 tortas individuales de frutas dispuestas en ocho niveles. Estaba decorada con crema y una cubierta blanca, con delicados dibujos hechos con manga repostera bajo la técnica del célebre pastelero Joseph Lambeth. Tenía más de 900 flores individuales y 17 hojas de estilos distintos, además de un diseño de guirnalda en el centro que recreaba las mismas guirnaldas ornamentales de la sala del palacio de Buckingham en la que estuvo expuesta durante la recepción.

Cairns ha relatado que, de hecho, la torta nupcial de frutas maceradas que presentó el día de la boda de los Cambridge ya tenía casi dos meses de horneada y pesó casi 100 kilos. Se sirvieron 600 rebanadas en la fiesta y 4000 pedazos se distribuyeron en latas de regalo, que evidentemente se consideran objetos de colección.


Pregúntame cómo


Ahora, la pregunta del millón: ¿cómo se logra que la preparación se mantenga “comestible” por tantos años? El truco principal está en la composición de la receta: la torta de frutas maceradas o confitadas, con una textura densa y una alta concentración de alcohol (muy tradicional en el Reino Unido) es la que más resiste al paso del tiempo y además realza su sabor con la edad.

Servida tradicionalmente en bodas reales desde las nupcias de la reina Victoria en 1840, de hecho es una de las recetas que se consideraba más elegantes para tal ocasión por la calidad y precio de los ingredientes (entre ellos ron o brandy, especias y frutos secos) y de mejor conservación en tiempos en los que no existían las neveras.

En función de costos, se ha descrito también como una inversión para no repetir el gasto en el bautizo del primer hijo, cuya llegada se esperaba generalmente durante el primer año de matrimonio. Según Elisabeth Sherman en la revista Food and Wine, la llamada “fruitcake” es tan longeva que hace unos años se encontró un pedazo de 97 años perfectamente preservado dentro de una caja de jabón en la Antártida, por lo cual no sorprende que aún se consigan en venta trozos de la torta real de la boda de Lady Di.

Aunado a las virtudes de la receta, el método más seguro para preservar la fruitcake es congelarla. Según el portal Brides.com, justo después de la boda, toca meter el piso superior de la torta en el congelador para sellar la superficie de la cubierta; luego se envuelve toda la pieza en película plástica sin dejar resquicios descubiertos, para evitar que el pastel se “queme” de frío. Después se guarda en una caja y esta a su vez se envuelve de nuevo en película plástica, para sellarla del aire y la humedad. El paquete se guarda en la parte de atrás del congelador hasta el momento de consumirla.

¿Un dato curioso? El príncipe Harry y Meghan Markle muy probablemente no podrán seguir la misma tradición si llegan a tener descendientes: su pastel de bodas no fue una fruitcake, sino un bizcocho de limón y flor de sauco.