Una noche, cuya fecha no recuerdo exactamente ni vale la pena en este momento, luego de conocer unos resultados electorales en Venezuela que me llenaron de tristeza y frustración, mi primera reacción fue ponerme a hacer galletas. Eran más de la 2 de la madrugada y yo me dedicaba a sacar la mantequilla de la nevera, medía el azúcar y ponía el horno a calentar.

Solo pensaba en que en la mañana siguiente mis compañeros de trabajo de ese entonces, a quienes quiero como a mi familia, estarían tan tristes como yo y necesitarían algo dulce. Lo que yo no identificaba en ese momento es que al mismo tiempo que quería hacer algo para ellos, estaba haciendo algo positivo para mí (al contrario, luego de unos días pensé que mi reacción había sido un poco descabellada).

Como seguramente muchas personas que aman la repostería habrán comprobado por sí mismas, los expertos aseguran que hornear ayuda a manejar el estrés y a balancear las emociones, pues al seguir y preparar una receta estamos dando forma a algo con nuestras propias manos y cualquier actividad que implique nuestra concentración, algo de reto y de creatividad, hará que nos conectemos con el presente y que además nos sintamos útiles y productivos. Todo esto contribuye a que nuestra mente se abra y se calme. Es el mismo efecto que puede tener la meditación o cualquier forma de expresión creativa como pintar, bailar, escribir, tejer o moldear arcilla. Todo depende de lo que le apasione a cada quien.

Por otro lado, los estudiosos señalan que cuando decidimos cocinar para otros, estamos expresando nuestros sentimientos. Preparar un bizcocho para la familia o unas galletas para nuestros amigos es una manera de mostrar afecto. Así creamos y alimentamos relaciones interpersonales positivas, uno de los elementos esenciales del bienestar.

Además, eso que hacemos, no por obligación sino con la finalidad de hacer sentir bien a otros, es considerado un acto de generosidad y según la ciencia, el altruismo no solo beneficia a quien recibe, sino que tiene un impacto muy positivo en quien da. Y de eso saben mucho quienes con delicadeza, paciencia y esmero amasan, moldean, mezclan, hornean y decoran, invirtiendo tiempo, esfuerzo y recursos, sin buscar otra recompensa que no sea la satisfacción de ver sonreír a quien da un bocado a aquello que han preparado.

Si te gusta la repostería –de lo contrario no tendrá los mismos efectos- anímate con más frecuencia a hornear para tu bienestar. Hay recetas para todos los contextos y presupuestos. No hace falta que sea algo complejo o que lleve demasiados ingredientes, lo que importa es meter las manos en la masa y ponerle un toque dulce a nuestras vidas y a las de nuestros afectos.