Hay unos olores que uno asocia conciertos eventos. Como para tanta gente, para mí el olor de la Navidad es una mezcla de aliños (los típicos de las hallacas, el pan de jamón y otras cosas ricas que acostumbramos comer en Venezuela en estas fechas), de la pintura fresca en las paredes y de las especias. Pero es sobre todo con estas últimas que el cuerpo se me emparranda sin remedio. Mi paladar dulcero no puede resistir la combinación de canela, clavo y nuez moscada, ni el encanto de los dátiles, las pasas, los higos secos y todo lo que se parezca a una nuez o una almendra.


Hace poco, en un supermercado, vi una bolsa de nueces enteras que me pareció preciosa. Sabía desde un principio que no las iba a comprar, porque ni tengo cascanueces, ni se me ocurriría pagar esa cantidad de dinero por una cosa innecesaria, ni mucho menos pensaría en comprar nueces con cáscara cuando aquí las consigo ya peladas, que son mucho más prácticas y económicas. Pero me di cuenta de que la razón por la que me hipnotizaban esas nueces, es porque las asociaba a mis navidades de niña, cuando las veía en los bodegones de La Candelaria, entre señales de cartulinas fosforescentes, y me parecían la cosa más divina del mundo. Entonces, cascar una nuez era para mí como abrir el cofre de un tesoro.


En estos últimos años, sumé a mi repertorio especiado un elemento al que cada vez le agarro más cariño: el jengibre. Me encanta la ecuación que resulta de la mezcla de la antes mencionada Santísima Trinidad de las especias y esta raíz, que si se ralla fresca produce un efecto casi adictivo.


Confieso que nunca antes de llegar aquí me aventuré a preparar galletas de jengibre. Nunca me sentí “calificada” para esa tarea. Pero vinieron la maternidad y la inmigración, y empecé a sumar a mis títulos correctamente adquiridos, una serie de diplomas que yo misma me fui entregando. Uno de ellos, el de mamá galletera. Sí, de esas (locas, dirán muchos, con razón) que en lugar de pasar por la pastelería o el supermercado, emprenden la tarea de mezclar, amasar, extender, cortar, hornear y decorar galletitas. Pero es que aunque sí que es una tarea titánica, que se suma a las no pocas que toda madre con niños en edad escolar tiene por estas fechas, me resulta irresistible.


De unos años a esta parte, las galletas de jengibre, específicamente con forma de muñequitos, se nos han convertido en lo que llaman “un must”. Son además el regalo perfecto para las maestras y los compañeritos de clase y hacerlas es un juego que mi hija disfruta a más no poder.


Tienen además la ventaja adicional de que nos perfuman la casa. Porque para quienes no han pasado un invierno encerrados, les cuento que la sensación de no poder abrir las ventanas para que se vaya el olor del almuerzo, la cena, la comida de ayer y la del día anterior, puede empezar a agobiar. Entonces, hornear unos cuantos batches de estas galletas es un alivio y un placer para todos los sentidos.


Este será nuestro quinto invierno, nuestra quinta Navidad lejos de casa y la quinta vez que las horneo. Y este año descubrí que estas galletas tienen además un atractivo adicional y es la razón del título de esta nota.


Hace unos meses leía a mi hija esa maravilla de libro que es Pippi Calzaslargas y descubrí con felicidad que la heroína creada por la escritora sueca Astrid Lingren en 1945 y seguida por millones de niñas en todo el mundo, es una amante de estas galletas.


A lo largo del relato, Pippi hornea varias veces Pepparkakor, la versión sueca de nuestros queridos muñequitos de jengibre (aunque los de Pippi no son hombrecitos y no siempre terminan siendo galletas, porque ella las estira en el piso de su casa). Cuando leímos esta parte, mi hija se quedó fascinada con el descubrimiento. Y ahora, cuando comemos estas galletitas, pensamos también en Pippi y en las aventuras que esta pelirroja de armas tomar protagoniza junto a su mono Mr. Nilsson.


La receta que preparamos en casa no es la sueca, sino una que aprendimos de nuestra YouTuber pastelera hipster favorita, Cupcake Jemma, de quien les hablaré otro día.


Ahora tengo que irme. Me esperan unas cuantas horas de trabajo con las manos en la masa y el placer de ese olor perfumando mi casa. Pero lo que más me entusiasma es saber que ese olor pasará a formar parte de las memorias de mi hija. Y la ilusión de que en el futuro, cuando ella huela la mezcla prodigiosa de canela, clavo, nuez moscada y jengibre, piense en Navidad, en su mamá horneando galletas para decorar junto con ella y en aquella heroína literaria de pelo rojo y modales poco convencionales.


Felices fiestas para ustedes.


galletas de jengibre
Ilustración de Ingrid Van Nyman. 



Galletas de Jengibre


Ingredientes


350 grs de harina de trigo todo uso.

2 cucharaditas de especias molidas (canela, clavo y nuez moscada).

1 cucharadita adicionalde canela molida.

1 cucharadita de jengibre (preferiblemente fresco, rallado al momento).

1 cucharadita de bicarbonato de sodio.

175 grs de mantequilla fría.

175 gramos de azúcar moreno.

90 gramos de sirop de arce (maple syrup).

1 huevo



Preparación


En un bol, mezclar todos los ingredientes secos (harina, especias, bicarbonato).


Unir a mano la mantequilla con esta mezcla, hasta obtener grumos más o menos uniformes. Mezclar el huevo con el sirop y el azúcar morena y agregar el líquido resultante a la mezcla de harina, especias y mantequilla. Unir todo a mano hasta obtener una masa uniforme. Hacer una bola y envolver en papel plástico. Dejar reposar en la nevera durante 50 minutos.


Sacar la masa y estirarla en la mesa, con un poquito de harina para que no se pegue, hasta que tenga unos dos o tres milímetros de espesor. Cortar las galletas con cortadores (pueden ser hombrecitos o cualquier otra forma, y si no hay cortador, pueden hacerse cuadros con cuchillo o utilizar el borde de un vaso para hacer círculos).


Poner las galletas en una bandeja y hornear a 350 ºF durante unos 18 minutos.


Dejar enfriar completamente las galletas antes de decorarlas.


Nota: estas galletas pueden comerse asícomo salen del horno, decorarse con azúcar nevada espolvoreada o con royal icing. Esta mezcla también es ideal para hacer la famosa casita de jengibre. Son ideales para acompañar el té, o para dejarle a Santa (San Nicolás, el Niño Jesús o como ustedes lo llamen en su casa) como meriendita.