Islas Flotantes: Bendita entre todas las galletas

Tengo que hacer una confesión que me daría más vergüenza hacer si no fuera por el hecho de que, conversando con otra gente que conozco y  leyendo sobre el tema, me di cuenta de que no soy la única persona que ha caído en tan chauvinista error.

Hasta hace no mucho juraba que las galletas María eran una cosa que se había inventado allá en mi tierra. O por lo menos en España y que de allá nos habían llegado a nosotros.

Lo escribo y ya estoy dudando si lo voy a publicar, pero después de todo creo que sirve de mea culpa. Por esta y por todas las veces que he confundido lo “criollo” con lo original. Algo que me pasa mucho desde que vivo afuera y mientras más aprendo de otras culturas y cuánto tenemos en común con lugares de los que poco o nada sabemos.

Pero hablando puntualmente de las galletas María, al llegar aquí y empezar a verlas en todos los supermercados y de todas las marcas imaginables, hechas aquí y venidas de distintas partes, entendí no sin cierto pudor, que ese sabor que para mí tenía que ver con la nostalgia de mi infancia, era uno de los más conocidos del mundo entero.

Y no exagero. Si ves las fotos de los empaques de las María que se fabrican en diversos países y bajo distintas lenguas, aparte del antojo que te invade, sientes una especie de baño de realidad y alegría de saber que mientras yo escribo y tú lees esto, cientos de miles de personas alrededor del planeta están comiéndose una galleta María mojada en café, en té o en leche.

Este placer universal comparte su origen con Alicia en el País de las Maravillas, Harry Potter y The Beatles, porque fue en Inglaterra donde apareció. Las María pertenecen a esa noble casta de galletitas que han sido concebidas para acompañar esa bebida que los ingleses se apropiaron para convertir en costumbre: el té. Aunque en Gran Bretaña las más aclamadas son las llamadas rich tea biscuit, las María se popularizaron en el resto del mundo y un dato curioso es que en todas partes se llaman más o menos igual. María, Marie, Mariebon y Marietta son algunos de los nombres con los que se las conoce, pero estés donde estés no te será muy difícil identificarlas en casi cualquier supermercado.

Siempre son redondas y llevan su nombre grabado, así como esos ornamentos que habrás visto muchas veces en el borde. La receta original llevaba harina de trigo, azúcar, mantequilla y leche, aunque con los años ha ido variando e incorporando otros ingredientes (como el endiablado aceite de palma).

Su origen está bien documentado. La compañía Peek Freans quería crear un producto especial para conmemorar el matrimonio de Alfred, el Duque de Edimburgo (hijo de la Reina Victoria) y la Gran Duquesa María Alexandrovna de Rusia, en 1875. Les pareció que una galleta nombrada en honor a la Duquesa sería el mejor regalo, y ese es un tema que esta casa manejaba bastante bien. Años más tarde recibieron el encargo de hacer las tortas de boda de la Reina Elizabeth II y la del Príncipe Charles y Lady Di.

No pasaría mucho tiempo para que se expandieran por toda Europa, y cuando llegaron a España podría decirse que las recibieron con los brazos abiertos. Las “galletas finas” o “galletas inglesas” tenían ya rato llegando a ese país producto de la importación. Se vendían en bonitas cajas y latas y eran un pequeño lujo que solo podían permitirse ciertas familias.

Entonces, las fábricas españolas comenzaron a fabricar sus propias versiones de aquellas galletas. Cataluña fue pionera en la apertura de fábricas de estas golosinas, a partir de 1859. Más tarde se crearían las “zonas galleteras” en el País Vasco y el norte de Palencia.

No es fácil determinar cuál fue la primera galleta María que apareció en España, aunque algunos cronistas señalan que sería la de la fábrica Olibet, fundada en Rentería en 1886.

Las fábricas Artiach (Bilbao, 1907) y Fontaneda (Aguilar de Campoo, 1912) le apostaron a las María como un producto fácil y barato de producir que se vendía como pan caliente. Se decía entonces que las María “alimentaban”, pues tenían más calorías que otros alimentos económicos y hacían parte del menú del desayuno de muchas familias españolas.

En América se popularizaron más o menos por esta época y las que yo conocí, hechas por Galletas Puig, llegaron a Venezuela en 1911, en el portafolio de productos de Juan Puig Canals, un empresario procedente de Mallorca que había vivido y trabajado también en México pero terminaría instalando su fábrica en el centro de aquella Caracas.

Galleta Maria

Hoy en día muchísimos países tienen su propia versión de estas galletas y son especialmente populares en India, Malasia y Sri Lanka. Me pregunto cuáles serán las historias que todos esos países tienen alrededor de sus María. Si también se las han apropiado sentimentalmente, si tienen idea de que al otro lado del planeta se devoran del mismo modo que allá. No deja de fascinarme esta especie de vortex dulce que se abre con cada paquete que alguien destapa en algún lugar remoto del planeta.

A estas alturas ya he probado varias marcas de María, pero tengo que admitir que la nostalgia sigue teniendo un papel primordial en mi relación con estas galletas. Porque no importa cuántas coma o cuántas descubra, lo ricas que me parecen algunas variedades que he encontrado aquí (sobre todo las danesas y holandesas, que saben a mantequilla), mis papilas siempre claman por aquellas, las Puig, de paquetito azul y blanco, que siempre le encargo a los amigos que van a Venezuela o vienen de allá a visitarnos.

Supongo que cada quien tiene también su propia manera de comer Marías. Mi  ritual personal consiste en agarrar unas cuantas galletas, triturarlas un poco, tirarlas en un bol, vaciarles encima un poquito de leche y espolvorearles canela. Si lo miras, tiene el aspecto de algo que alguien hubiera masticado antes que tú, pero cuando te lo comes frente a la tele, estás en la gloria. Y recuerdas tantas tardes en casa, en las que la única preocupación era la tarea que en algún momento habría que hacer o si la camisa del uniforme estaba o no planchada. Pero todo eso podía esperar. Porque ahora tú estabas celebrando un rito especial: estabas frente a una galleta vortex, única y ubicua al mismo tiempo. Bendita entre todas las galletas.

 

 

Receta con galletas María: Torta Mattonella


Entre los recuerdos que me evocan las galletas María, está esta torta que recién vengo a descubrir cómo se llama. Aparentemente, la receta original italiana lleva galletas cuadradas, pero mi tía Ofelia nos la preparaba con Marías y es uno de esos sabores que se quedó para siempre en mí. Esta receta la encontré en italiano, en un blog que se llama Ho voglia di dolce y desempolvando lo que sé de esa lengua, me animo también a prepararla para rendir honores a mis ancestros, la poesía de Dante y las inmortales e internacionalísimas galletas María.


Ingredientes


1 litro de leche
200 gramos de azúcar
8 yemas de huevo
80 gramos de maicena
Vainilla o cáscara de limón
100 gramos de chocolate oscuro, rallado
1 paquete de galletas María
Cacao amargo
Café o licor (mi tía usaba el inconfundible Marsala)

 

Instrucciones

En un bol, batimos las yemas de huevo con el azúcar hasta obtener una crema clara (se puede hacer a mano, con un batidor de globo, o con la batidora eléctrica). Añadimos la maicena, cernida, y seguimos mezclando hasta obtener una mezcla homogénea.

En una olla, calentamos la leche con la vainilla o la cáscara de limón, hasta que llegue a punto de ebullición. Retiramos del fuego sin dejar que hierva del todo (que no levante o se derrame).

Añadimos la mitad de la leche caliente en la mezcla de huevos y maicena, con la ayuda de un cucharón. Mezclamos enérgicamente, evitando que se formen grumos. Añadimos luego el resto de la leche, mezclando muy bien.

Pasamos todo a la olla y llevamos de nuevo al fuego, sin dejar de mezclar con una paleta. La mezcla ganará textura de crema y entonces sabremos que está lista. La retiramos del fuego.

Dividimos la crema en dos porciones iguales y añadimos el chocolate rallado en una de ellas. Mezclamos hasta que se derrita del todo y así obtenemos dos cremas pasteleras: de vainilla y de chocolate.

Dejamos atemperar las cremas, para luego cubrirlas con película de plástico transparente y llevar al refrigerador, hasta que estén bien frías.

Procedemos entonces a armar la torta, mojamos las galletas en el café o el licor y vamos formando capas de galletas húmedas y crema, alternando un piso de vainilla y otro de chocolate, hasta llegar al borde. Terminamos con una capa de crema y rematamos espolvoreando cacao amargo. Llevamos a refrigeración durante al menos 6 horas (idealmente, de un día para el otro).