Conversación entre Lena Yau y Efrén Hernández Arias


Me vincula a Lena, Caracas, el dialogo con largas pausas, el silencio en intercambio de imagen y palabra. Esta nota se da en el marco de sus exitosos talleres de escritura gastronómica que en septiembre tendrán su nueva edición.


¿Cómo descubriste la tríada lectura-escritura-comida? ¿Cuándo hiciste de ella tu poética?
La descubrí leyendo. Y cuando digo leer no me limito a los libros. De niña fijaba la mirada en detalles que siempre incluían palabras, imágenes, ingesta. Si leía cuentos infantiles y encontraba un pasaje con comida, me detenía, me sumergía en él, me hacía preguntas. ¿Qué llevaba en la cesta Caperucita? ¿Por qué Ricitos de oro se tomó la sopa en vez de buscar algo más rico? ¿Por qué los pájaros se comieron las migas de pan que Hansel y Gretel dejaron para señalar el camino de vuelta si en el bosque había una casa de caramelo y chocolate? ¿De qué tamaño serán las aceitunas en Liliput? ¿A qué sabrá el pastel de ruibarbo que comen los niños de Los 7 secretos? ¿Cómo será comer pan moreno y rica luna? Si veía la tele o si iba al cine, me concentraba en los sabores que aparecían en la historia. Recuerdo que soñaba con el puré de papas con la forma de la montaña de Encuentros cercanos del tercer tipo, me preguntaba cómo podía comer el Corroncho de Sopotocientos si tenía el cuerpo lleno de púas y, aunque no sabía muy bien de qué se trataba, cruzaba los dedos para que no el dieran el atol de la canción del niño ponchón. Si el niño ponchón no quería tomárselo, sus razones tendría. Esa forma de percibir la realidad se quedó conmigo y cuando comencé a escribir me di cuenta de que no sólo se reflejaba en mi escritura, también la vertebraba. No hay un cómo o un cuándo precisos o marcados como una muesca. Son procesos inconscientes, misteriosos, subdérmicos.


La enseñanza ha sido una rama de tu carrera que ha ido y venido ¿Por qué la retomas en estos tiempos de Covid? 


Nunca me he dedicado formalmente a la enseñanza. En el último año de la carrera de Letras, hicimos prácticas docentes, en ese entonces era parte del pensum. La dirección del colegio en el que las hice necesitaba una profesora de Castellano y literatura y una de latín y griego para las secciones de 4to y 5to año. Estaban contentos con mis prácticas y me pidieron que me quedara. Acepté las materias solo hasta terminar el año escolar, pero decliné pasar a ser parte del plantel y seguir el siguiente curso. Siempre he tenido claro que quería dedicarme a la escritura, a la literatura, al periodismo.
Los talleres, más que con enseñanza, tienen que ver con coordinación, con guiatura, con alumbrar el ejercicio escritural, con escoger las lecturas que servirán de estímulo, con el intercambio. Es un trabajo horizontal.


Antes de la llegada del Covid-19 había programado los talleres de Literatura y gastronomía y de Escritura culinaria. En aquel momento eran talleres presenciales. La realidad cambió y, después del golpe inicial, pensé en cómo adaptarme a las circunstancias. Conversé sobre el tema con Sumito Estévez, Laura Solórzano y Vanessa Barradas. Sus ideas, su entusiasmo y su apoyo, me permitieron ver con nitidez el proyecto. A la semana de comenzar las sesiones con los grupos de julio, me di cuenta de las ventajas del formato online sobre el presencial. La que más me gusta, por su repercusión en los resultados, es la posibilidad de reunir a 20 personas de diversas profesionales y en distintos países del mundo para leer, conversar y escribir ficción y no ficción gastronómica. Traductores, ingenieros, cocineros, psicólogos, orfebres, artistas plásticos, arquitectos, escritores, periodistas, especialistas en mercadeo, comunicadores, restauradores, sommeliers, fotógrafos, médicos, panaderos. Chicago, Baja Califonia, México, Caracas, Mérida, Chile, Texas, Quito, Santo Domingo, Londres, Sídney, Madrid. Españoles, hondureños, chilenos, dominicanos, ecuatorianos, venezolanos. Esa multiplicidad nos enriquece a todos.


¿Cómo se vincula la enseñanza con tu proyecto mayor llamado Gastroficción?
Mi proyecto mayor es la escritura. Dentro de ese proyecto mayor, la gastroficción es una parte, no el todo.
Trabajo el vínculo entre la ingesta (lo que ocurre antes, durante y después del comer), lo gastronómico, lo culinario y la literatura (junto a otros discursos: la fotografía, las artes plásticas, la música, lo audiovisual, el diseño). Y en el estudio de ese vínculo contemplo varias ramas: la escritura de ficción, la escritura de no ficción, los lenguajes y la creatividad.


¿Cómo crees que tus colaboradores, amigos y talleristas contribuyen a tu trabajo?
En el intercambio siempre hay hallazgos. 


¿Qué te gustaría que nosotros nos llevemos de ti?
El amor a los libros, a las letras escritas con corrección, a las historias bien contadas, a los poemas que fulguran y queman, a la mesa con mantel de Brujas y al mesón desnudo, a los tesauros, a la mano que empuña una espátula de madera, a la sombra que deja caer semillas sobre la tierra.
Un fósforo que encienda para descubrir el escondite de relatos, versos, recetarios.
La puntualidad en los signos de exclamación y de interrogación que abren.
El tres de los puntos suspensivos.
Una sonrisa.


¿Qué te despierta la certeza?


Dudas.


La certeza es buena solo si es móvil, maleable, transmutable.


Las dudas nos salvan de los lastres.


¿A dónde te gustaría llevarnos con esta buena conversa de enseñanzas que son tus talleres? 
A tierra firme.


Información sobre los talleres en el siguiente enlace https://lenayau.com/?page_id=313