Un clásico del cine infantil de los años ochenta es Querida, encogí a los niños. Primero en cine y luego en las constantes repeticiones de la televisión de señal abierta, toda una generación se emocionó, a la vez que se angustió, por la historia de unos jóvenes perdidos en el jardín de su casa.


Sí, aunque suene raro, se perdieron no más allá de los linderos del hogar. Pues el largometraje de Disney, dirigido por Joe Johnston, cuenta la historia de un científico un poco atormentado, pero buena gente, llamado Wayne Szalinski (Rick Moranis), quien en su casa creó un rayo capaz de disminuir el tamaño de los objetos. Busca el éxito y cambiar el rumbo de ciertas cosas en la ciencia.


Pero Szalinski tampoco es que tiene un moderno laboratorio. Es un inventor casero. Todo lo lleva a cabo en el ático, expuesto a tanto. Por eso, la trama se complica cuando sus hijos y vecinos juegan en el jardín, y la pelota con la que se divierten va a parar en esa zona que se supone prohibida.


La bola cae sobre el invento y activa el mecanismo. Cuando los niños suben a recuperar la pelota, el rayo los hace pequeños.


Entonces, comienza la aventura para que padre y madre se den cuenta de lo ocurrido. Pero ni pendiente. El inventor barre el ático y además de polvo, coloca en la basura a sus hijos. Coloca la bolsa en el jardín, que entonces se convierte en una gran selva a atravesar para poder regresar a casa.


Uno de los momentos más alegres es cuando los muchachos, ya hambrientos de tanto andar y superar cada adversidad, encuentran una galleta, para ellos obviamente gigante. Es de chocolate con mucha crema en el medio. El paraíso para saciar en medio de tanto peligro: insectos gigantes, charcos que parecen ríos caudalosos.


Se suben a ella para meter la mano entre la crema y comer sin vergüenza, sin etiquetas ni remordimientos. La salvación, pues además lo que ya no pueden comer, les sirve para atraer la atención de una buena hormiga que se convertirá en un importante medio de transporte en la odisea que es volver al hogar.


La escena se ha convertido en una de las más icónicas de la película, pues representa, además de la salvación de los pequeños, la fantasía de todo niño, especialmente para todos aquellos a los que se le dosifican los dulces.