Amoras todas. En alguna ocasión de la vida, una se topa con una suegra medio brujilda. Me refiero a la señora madre de tu marido, novio, pechugo o amigo especial, con la que te tocará compartir en ocasiones especiales y no especiales también. ¿Qué hacer si la doña ya te tiene tirria o si de entrada quieres metértela en un bolsillo y cautivarla para siempre? Aquí te comparto mis secretos ancestrales, esos que me han dado resultado desde el día uno. Anota bien:

1)      No compitas con su comida. Lo primero es enterarse de cuáles son las especialidades de la mamá de tu amado. ¿Torta de piña? ¿Tres leches? ¿Marquesa de chocolate? Bueno. Ese es el postre que jamáaaaas debes llevar para allá. Primero porque técnicamente tu torta de piña o tu tres leches nunca van a ser mejores que los de ella, porque ese ya es el gusto predeterminado de esa casa (es como querer llevar chivos pa’ Coro = inútil). Segundo, porque la idea es que obviamente la doña no sienta que estás compitiendo con ella, que ya bastante tiene con que su cuchurrumín baile reguetón contigo. No seas suicida.

2)      No la visites con las manos vacías. Eso nunca. Jamás. Hay que llegarle así sea con una acemita dulce. Porque a lo mejor una no es monedita de oro, pero algún punto se gana con comida sieeeempre. Mientras esa señora tenga algo dulce que picar en nuestra presencia y las endorfinas se le activen, por puro retruque alguna asociación positiva nos salpicará. Llévale aunque sea un caramelito. Si además te le apareces con un paquete de harina o de azúcar de vez en cuando, puedes contar con que te va a cuidar a los niñitos para siempre.

3)      Pídele ayuda. Por lo general, las suegras brujildas tienden a tener un narcisismo un poco exacerbado, o por lo menos quieren que se les reconozca que primero fue sábado que domingo. Para que eso ocurra rapidito, usted alegue demencia y le pide ayuda para cualquier cosa. “Señora Rupertina, qué desgracia mis brownies, qué chiclosos me quedan. ¿Usted sabrá qué estoy haciendo mal?”. La vas a hacer demasiaaado feliz. Puedes llegar con todos los ingredientes a su casa y que te dé una clase, pero que no se te olvide dejarle doble ración y esa cocina prístina e inmaculada, porque si no, no te invita más.

4)      Entrena a tu amado. Por amor a la Nutella. Explícale a ese hombre que si por casualidad tu torta de piña llegase a quedar mejor que la de su mamá, que tenga la decencia de no soltarle esa imprudencia. Es puro sentido común, pero les puedo echar cuentos de nueras que ya estaban súper bien posicionadas y recibieron el beso de la muerte cuando escucharon: “mamá, no sabes la torta de piña que hace mi gordita. ¡Casi mejor que la tuya, jajajaja!...”. Uuuuuuy. Ahí fue, mi reina. De ese foso no se sale jamás. Explícale a tu amor que si te hace esa mamarrachada, el delito tendrá sanción de sofá y celibato indefinido. Es que ni un piquito, por burro.

5)      No se lo engordes, pero tampoco se lo adelgaces. Hay suegras que se toman el peso de su preciado retoño como un indicador de si tú eres una buena influencia o no para él. Si ella lo ve muy flacucho y lo quiere más gordito, usted engórdeselo. Si lo quiere más flaquito, póngaselo a dieta. Si le gusta como está, entonces déjeselo tal cual. Así como ella lo quiera, usted se lo pone. No invente.

6)      Averigua qué le gusta. Alguna obsesión tendrá la señora con algún dulcito de alguna panadería o con algún helado de quién sabe qué. Tú presta mucha atención: observa y escucha mucho, calladita y bonita. “Chiiiiica, quién tuviera unas polvorositas de La Flor de Tralalá para remojarlas en este cafecito…”. En la próxima visita, usted mágicamente se aparece en esa casa, así bañada en rayos de luz, con sus polvorositas recién hechas de La Flor de Tralalá. Porque usted es una nuera detallista y amorosa que vino a este mundo a repartir felicidad, no discordia. Una princesa. Un ángel. Un regalo del universo. La hija que nunca tuvo.

Si tienes algún otro consejo fantabuloso, cuéntamelo todo en los comentarios de Instagram de @somosdulcear. ¡Torontico para tod@s!